Resulta
que yo había comprado una rifa de la cooperadora de la escuela que
queda a media cuadra, y había sacado el primer premio que eran
cuatro autos, dos casas, tres motos y un cuchillito.
Bueno, con
uno de los autos había pasado a buscar a la que ahora es mi novia,
para llevarla a pasear. A ella se le había ocurrido traer el termo y
el mate, así que nos fuimos a tomar unos mates a la playa. Ella me
gustaba mucho, pero mucho en serio, y quería impresionarla con algo.
No se me ocurría con qué. Entonces vi que había unas piedritas, le
devolví el mate y le dije: "Mirá, vas a ver qué lejos llego".
"¡Ay, dale me encanta!", dijo ella mientras cambiaba la
yerba. Yo no quería que el piedrazo se quedara por ahí cerca nomás,
así que tomé carrera y la tiré con todo. Nos quedamos mirando para
ver el chapuzón de la piedra en el agua, pero nada. Por más que
miramos, no la vimos caer. Tiré de nuevo. Pero, otra vez, no vimos
dónde caía. Bueno, nos pareció raro; pero no le hicimos caso.
Seguimos charlando de nuestras cosas, ahí medio fue que me declaré.
Terminamos de tomar mate y nos fuimos.
Al otro
año, de nuevo se me ocurre invitarla a pasear a esa playa para
festejar que hacía un año que estábamos de novios. Llevamos mate,
todo igual que la otra vez. En eso estábamos de lo más tranquilos,
cuando ¡páfate! a ella le pegan un piedrazo en la cabeza. Me
levanté hecho una fiera, para ver quién había sido el bruto. Pero
no había nadie. La playa es amplia y se ve lejos. ¿Entonces quién
había sido? Y ahí me di cuenta, ¡era la piedra que yo mismo había
tirado el año pasado! Había dado la vuelta al mundo y le pegó en
la nuca a mi novia. Le expliqué y ella gritó: "¡Entonces
agacháte que debe estar por llegar la otra!". Tal cual, menos
mal que nos agachamos porque al ratito nomás, ahí delante de donde
estábamos, pegó el otro piedrazo.
Después
seguimos tomando mate lo más tranquilos porque había tirado dos
nomás, que si no nos teníamos que ir.
Autor: Luís M. Pescetti
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