Tiré
la llave a la alcantarilla y nos fuimos. Al otro día nos levantamos
en una plaza, de inmediato hicimos la denuncia. Luego de esperar unos
15 minutos de tantas palabras y revoltijos, la policía se decidió
ir a nuestra casa. Rompieron la puerta para poder entrar. Se
sorprendieron al igual que Irene y yo al ver la casa desvalijada
completamente. Entré a revisar las habitaciones y en eso encontré
una carta tirada en el suelo refiriéndose a mí y a Irene, decía:
“Tienen
que marcharse, porque aquí no es seguro. Hay una historia que debo
contarles. Para ubicarme
vayan a la plaza a la media noche.”
Hicimos lo
que decía la carta; fuimos a la plaza. Pero no encontramos a nadie.
Irene estaba aterrorizada y tenía mucho frio. Le
dije que se acueste en el banco de la plaza. Luego
escuché a Irene gritar. Fui
de inmediato y encontré a una mujer que le decía -¡no grites
shhhhh! Estaba vestida de negro y su rostro cubierto y más
o menos tenía una edad aproximada a 80 años. Nos dijo que ella
hacía muchísimos años fue
vecina de los que habían comprado la casa en la que ahora vivíamos
nosotros. Contó
que esa familia era muy rara
y tenían cinco hijos que
murieron todos electrocutados. Desde
ahí empezaron a pasar cosas raras. Después
pasaron
dos años y la casa volvió a tener habitantes, sus
bisabuelos, nos dijo, los que
siempre fueron valientes para no tenerle miedo a lo que pasaba dentro
de esa casa.
Irene y
yo nos quedamos con la boca abierta. Al
día siguiente nos enteramos que esa extraña mujer se había muerto.
De inmediato nos fuimos al
campo y hasta el día de hoy no volvimos más a esa extraña casa.
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