Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada. (Acá podés leer la versión original, de J. Cortázar)
Luego nos fuimos caminando para ver
hasta dónde podíamos llegar y llegamos a una playa en donde había
una vieja amiga que nos preguntó que “qué hacíamos solos a esa
hora”.
Nosotros le contamos todo lo que estaba
pasando en nuestra casa y ella nos dijo si queríamos quedarnos a
dormir en su casa, a lo que nosotros dijimos que sí.
Al otro día nos llevó hasta un
curandero de casas. De allí nos dirigimos con él hacia nuestra
casa. Cuando llegamos nos acordamos que yo había tirado las llaves
por la alcantarilla. Yo me fije si seguían estando allí y se veía
que estaban, entonces agarré una rama que estaba por ahí cerca e
intenté agarrar las llaves, hasta que pude. El curandero entró a la
casa y la curó diciendo oraciones religiosas y tirando agua bendita.
Nos dijo que tenía que venir unos días más para que quedara bien
curada y no pasara más cosa.
Al otro día nos enteramos que el
curandero se había muerto de un paro al corazón. Nos preocupamos,
porque pensamos que había sido algún espíritu de nuestra casa;
bué, si es que había. Así que con Irene decidimos irnos de nuevo.
Pero esta vez no tiré las llaves, las guardé. Fuimos viajando por
todo el mundo, porque en cada casa que intentábamos quedarnos se
seguían escuchando ruidos extraños. Conocimos creo que casi todo el
mundo. Aprendimos un montón de idiomas y ahora si llegamos a estar
en alguna casa no sentimos ningún ruido extraño. Pero como ya nos
acostumbramos a viajar por todas partes sin quedarnos siempre en un
mismo lugar seguimos viajando durante un tiempo. Hasta que un día
Irene murió, que triste día fue ese, desde ese día no viajé más
hacia ningún lado. Me volví a nuestra primera casa; bueno, ya no es
nuestra, es mía; y sigo recordando a Irene cuando tejía.
Autora: Noelia G
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